martes, 16 de noviembre de 2010

Otro gin tonic, por favor (cap. 1)

-Bueno, cariño, todo ha terminado...-susurraba Fer sin apenas fuerzas con la mirada clavada en los ojos cerrados de Claudia
Detrás de Fer se escuchaba el paso de unos tacones, se giró. Era Raquel, la misma que había vivido con ellos todos los buenos y malos momentos de una relación de cuento de hadas con trazas de película de terror.
-Fer... ¿estás bien?-esa voz tan conocida de repente sonaba lejana, como si no fuera con él.
-Sí... creo que sí...
-Fer...
Fer no pudo reprimir las lágrimas mientras Raquel apuraba los últimos pasos para abrazarle con todas las fuerzas tal y como haría la única amiga que había tenido mientras le repetía al oído una y otra vez “No pasa nada, llora, todo pasará...”
Sus cuerpos se separaron y Fer se secó las lágrimas con las mangas de una camiseta descolorida. Ni siquiera sacó un clinex de los bolsillos de esos tejanos de hacía dos días.
-Lo siento, Ra, no tendría que haber... Pero es que... Ella...-Fer escondió su rostro cansado e invadido por ojeras entre sus temblorosas manos y no pudo pronunciar ni una palabra más.
Raquel pasó por su lado, rozó con la palma de su mano un hombro de Fer y avanzó hacia el ataúd abierto donde yacía el cuerpo de la que habñia sido su mejor amiga durante los últimos 15 años. Y la vio allí, plácidamente dormida, sumergida en un sueño del que no despertaría jamás... Su vida se había apagado a los 25 años dejando atrás una vida de ensueño...
-Clau... Te echaré de menos, te quiero, te...-La voz de Raquel se quebraba mientras acariciaba por última vez el rostro de Claudia
Observó la sala en la que se encontraba y pensó que no era el lugar donde Claudia habría escogido para despedirse de este mundo y de todo lo que dejaba atrás.
Era la sala más pequeña de un tanatorio de barrio. Las paredes que un día fueron blancas mostraban el color amarillento del paso de los años, el ataúd de Claudia estaba meticulosamente colocado en el centro de la sala con todas las sillas alrededor. A Claudia nunca le había gustado ser el centro de atención y no creía que ése fuera el mejor momento para cambiarlo.
Poco a poco augmentaron los murmullos de fondo y la sala se fue llenando de caras conocidas y caras no tan conocidas que tenían la pena grabada en el rostro... Daba igual quiénes fueran, si una cosa estaba clara, era que querían mucho a Claudia, como todo el mundo que había tenido la ocasión de conocerla.
Raquel posó sus ojos grises sobre el rostro desencajado de la madre de Claudia. En los dos meses que no le había visto parecía que hubiera envejecido veinte años. De repente tenía media cabellera castaña cubierta de canas, las manos le temblaban y era totalmente ajena a la existencia de algo que no fuera su dolor. Raquel se acercó a ella, le dio un beso en la mejilla y no supo qué decir para consolarla, sólo supo quedarse arrodillada a su lado acariciando las manos gélidas de su segunda madre.
Tanto la misa como el entierro de Claudia fue breve y sencilla por petición de su madre, no necesitaba que nadie le dijera lo maravillosa que era su hija, lo hermosa que era y lo joven que había dejado el mundo...
Una vez acabado todo, el cementerio se fue vaciando, hasta que sólo quedaron Fer y Raquel.
-Fer, ¿vamos?
-¿Dónde quieres que vaya, Ra?, ¿Qué rincón de esta ciudad, de este mundo no me recuerda a Claudia?
-Sé que es duro, cariño, pero...
-No me digas que la vida sigue, eso no, por favor...-interrumpió a Raquel con una furia que era desconocida por ella
-Lo siento... Sólo quería que te sintieras mejor.
-Vámonos!-Fer se levantó de un salto del suelo y se encaminó hacia la salida del cementerio sin sacudirse siquiera el pantalón manchado de tierra y césped seco.
-Espérame, Fer, no creo que sea buena idea que conduzcas, te llevo a casa
-No, Raquel, necesito perderme por la ciudad, necesito encontrarme de nuevo, te llamaré cuando llegue a casa.
Fer siguió a grandes zancadas en dirección a su coche sin hacer caso de los consejos y ruegos de Raquel. Entró al Seat León verde que habían pagado con el primer préstamo conjunto, cerró los ojos, aspiró y creyó oler a Claudia en el asiento del copiloto. Metió la llave en el contacto y arrancó sin saber muy bien a dónde se dirigía.

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